3/12/14

LA MUERTE DE BABOSO

La muerte de baboso fue algo hostil, un procedimiento policial insólito, una crónica horripilante que jamás será olvidada de los pensamientos de los habitantes de Yaguaraparo.

LA MUERTE DE BABOSO

Baboso era un niño triste, siempre andaba solo como ocultando sus sueños dulcificados, sus ojos eran dos pequeños soles oscuros, dos espejos inquietos donde centelleaban dos lucecitas que saltaban como ascuas en fuego crepitante.

Le nombramos baboso porque siempre emanaban de sus labios entreabiertos, un hilillo constante de saliva legamosa, esto ocurría por una extraña mal deformación desde su nacimiento en sus dientes superiores.

Baboso era solitario pero de su ego siempre surgía la capacidad de sonreír y eso le daba una peculiaridad de inocencia cándida, tierna y angelical, era dócil, apacible y tranquilo como las olas quietísimas del golfo triste, de su piel blanquecina como el ajo porro chino, siempre se desprendía un suave olor a limoncillo de la noche.

En las tardes cuando dictaba clase de pintura infantil en la Gran Casona (Casa de la Cultura de Yaguaraparo) Baboso se acercaba tímido y sus dos ojillos negros como alas de cuervo escudriñaban cada movimiento que mi cuerpo emulaba, sin embargo deducía que aquel niño de mirada se sueños puros y cristalinos como las aguas del Río Claro, me hablaban, me gritaban que querían ser huella, amasijo, masa y parte de aquellos otros niños que pintaban con acuarela los colores del cielo.

Y en esas tardes de fuego sol, inolvidables, de calor, polvo y risas de niños siempre estaba Baboso, su presencia fiel era como el repicar de las campanas domingueras de la Iglesia San Juan de Yaguaraparo.

Quizás con su tímida respuesta deducía inquieto sus ganas de pintar los colores del cielo, el reflejo de sus ilusiones y desvaríos en el espejo de un océano salobre, quería viajar incólume en una pequeña curiara Guarao en los Caños de Punta arena, para luego anclar sereno como las cidras Rojas en el Puerto pesquero de Yaguaraparo.

Un día de esos de sol se apareció de súbito, se acerco paulatino y sus primeras palabras fueron turbulentas como el viento de golfo triste, su delgado cuerpecito se estremecía de emoción, el rostro brillante como luna que alumbra en sus noches viajeras la majestuosidad lozana de la sabana de Venturini.

Con premuras se limpio con el dorso de la pequeña manito las mejillas humedecidas, como queriendo desaparecer aquella pena que surgía insonora de sus labios, Baboso balbuceo entrecortadas palabras con temor y encanto infantil, mientras la otra mano permanecía oculta detrás de sus espaldas, como queriendo ocultar su sorpresa.

-¡Quiero pintar! Dijo feliz como ningún otro niño…

Al decir estas frases entumecidas de ternura y anhelos mil mostró la mano oculta y en ella un pequeño pincel de su propia fabricación, un lápiz demasiado desgastado y una hoja de cuaderno que parecía como si hubiesen tenido cien años de existencia.

Y comenzó Baboso esbozar sus sueños, aprendió la armonía, la analogía y como pintar los colores del cielo, dibujo entumecido de inspiración cada mar por donde viajaron sus manitos curtidas de acuarelas, y voló hasta un arco iris donde robo cada color para luego esparcirlos sobre los pájaros de las tardes, las flores de la plaza Bolívar y Zaragoza, la pasarela o el chinchorro de hierro, el puente del Río Yaguaraparo, humedecido de ideas frescas pinto cada uno de sus compañero de clases a su manera de ver el mundo, con sus risas, juegos, emociones y ternuras primaverales.

Un día se terminaron las tarde de sol y los cantos de las Chiquillas, pitirres y azulejos en la Gran Casona, se culminaron las clases y se cerraron las puertas de una casa antigua de millones de recuerdos, se apagaron las luces del alba entumecida de tantos sueños detallados y con ellos quedo el fantasma de Baboso en las esquinas y en cada horcón desvencijado de la Gran casona.

Nos mudaron a otra Casa de Cultura y con esta aletargada y triste mudanza nos olvidamos de Baboso, desde el 1990 ya no supimos de sus sueños, timidez y manitas diestras pintando las olas, cidras del Golfo triste y los colores del cielo.

Pasaron los años y ello permitió el descenso de los recuerdos, los rostros fueron cambiando como costa golpeada por el mar, las risas se fueron apagando y con ella llegaron las melancolías y las buenas memorias. Sin embargo algunos recuerdos fluyen instantáneamente cuando la conciencia recuerda a una presencia interrumpida de súbito años atrás, el tiempo tácito se encarga de mantener esa vivencia inevitablemente en el cerebro, lo guarda por instantes, por años.

14 años después…

Era de noche, fungía una luz demasiado antigua de la luna y los grillos maximizaban sus chirriantes cantos en la densa semi oscuridad. Había olores distintos, mirto, canelilla, ron, drogas, cerveza y alambiques juntos, olor a sudores entremezclado, olor a borrachos y a viejos impertinentes, a mujeres de la calle, orine de perro y de caballos.

Estaba en el bar el Guasnil, sonaba una entristecida música de baile, había parejas bailando adosadas a la piel musical como zombis, ojos trastocados por varias veladas de locas borracheras, rojos como el infierno. Existían desvaríos y deseos onerosos, pasiones desbordadas, romances de licores, orgias y prevaricaciones descontroladas y malas juntas al mejor postor.

En ese lugar alejado del tiempo recibí la negra noticia. “Que mataron a Baboso” y en ese instante de premuras y vicios brotaron efervescentes los recuerdos como agujas diminutas rasgando el cerebro, cortando en pedazos la sangre, hiriendo el miedo, el horror a lo desconocido.

En ese instante famélico resplandecieron como flama azulada las memorias viejas y recordé aquel niño tímido, el que pinto el cielo con sus manos y esbozo aquellas palabras dulces en aquel día de sol triste, el recuerdo fluyo instantáneo y proyecto el ultimo día que lo vi, mi mente alborotada desarrollo una historia obscura, triste, no vi en ese momento al joven asesinado, si no al niño pintor…

La policía local lo había sacado a empellones del bar el Campito, causas ajenas de motivo, lo estrujaron y lo introdujeron brutalmente entre la patrulla, lo trasladaron al “Cobao” un sitio lejos de la población. Ahí lo golpearon salvajemente, lo vejaron, dicen que lo violaron, que le gritaban pistola en mano corre y sin piedad alguna lo acribillaron a mansalva, después de esta masacre lo condujeron al hospital y lo lanzaron sin vida como a un perro sobre el piso frío…

Cuentan los rumores y el rumrum de la gente que el pequeño Baboso se arrodillaba exigiendo una brizna de clemencia, ¡No me maten por favor! exclamaba con las retinas alborozadas de esperanzas, ¡hagan conmigo lo que quieran, pero no me maten!.

Quería cosechar oportunidades nuevas, se aferraba a la vida y a su aroma de libertad. Entre sus último sollozo, quizás entre su miedo se recordó de nosotros, viajo entre su agonía a la Casa antigua y pinto por última vez con sus manos dolidas y su suplica el perdón para sus asesinos y los colores del cielo. Su sangre se deslizo efervescente por nuestras venas bañando con dulcificado acento, alguna conclusión embargable del alma. En mi interior llore al niño plasmando mi desgracia y dije angustiado: Adiós mi niño lindo, que Dios perdone a tus depredadores y te de la paz del alma…

En el año 2005 hicieron una exhumación del cadáver para localizar pruebas balísticas, a los ejecutores del crimen les dieron sentencia de cárcel... Por primera vez en la historia criminalística de Yaguaraparo se hace justicia…

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