3/12/14

MARIPOSA DE LA NOCHE

Clara luz era una joven inquietísima, hermosa como las rosas y su fragancia fresca, le fascinaba tararear baladas de María Rodríguez y Omar López un cantautor popular del pueblo.

En ocasiones dejaba fluir su voz armónica con contundencia cándida y dulcificada, su timbre brotaba como dulce melodía embelesada, su forma de vida era como un atardecer en coma flotante y el sol que abrazaba era arropado con acacias pálidas y cachupinas dobles, ungidas con el olor a tierra recién mojada.

Clara luz era hierba fresca, mastranto y tomillo, de refinada piel y rostro divino bien delineado, de allí surgían sus mejillas acaloradas y dos palpitantes hoyuelos cuando reía, su ojos eran noblemente achinados, retinas de acento triste y en sus jugosos labios sensuales se mantenía una sonrisa débil. Su ansiedad ígnea dibujaba fulgurantes pasajes de inviernos húmedos, cálidos y sugestivos.

Eran sus pasos paulatinos, breves, riquísimos, como fantasmas en los días de sol, pisoteaban juguetones la vía de alquitrán negro que se sonrojaban al ver lo que otros no podían mirar al fondo de su falda. Sus caderas eran poderosas, su cintura una delgadas línea en forma de guitarra que moldeaba su grácil figura de hembra apasionada y caliente, era un espectáculo de ilusionista, todo un precioso monumento. La cadera la ondulaba con ritmo mágico, todo un señor juego de ritmo sexual, como mítica ola en un vaivén exquisito turbulento e insonoro.

Pero impresionante eran su mirada transparente como rivera frescas, expresivos, espejo limpido, brillantes como plato de níquel pulido con crema brazzo; su cabellera rubia le hurtaba el pasar del viento, sus labios eran jugosos, un panal de rojo fuego que incitaba morder su pulpa de manzana, labios que al abrirse para pronunciar palabras emitían un conglomerado de inocencia angelical.

Ella tenía el don natural de hechizar, atraía con su hermosa y pálida tez, siempre caminaba sin prisas, anclada como en suspensivo sueño retorcido por un amasijo de versos blancos. Era silenciosa, sumisa, semejante a luz suspendida del crepúsculo y de su amada la alborada y sus matices líricos, propios de un amarillo limón o de esmeralda.

En las noches de silencio y soledad se sentaba en el viejo porche de su casita azul, así pasaba las horas entretenida mirando las centellas de la inmensidad y a los luceros a los cuales figuraba como luces de arbolito de navidad, y mientras los contaba uno a uno sus pensamientos se entremezclaban con la calle desierta que larga se terminaba entre sus ensueños reflexivos. A la claridad del inmenso ojo nocturno su tierna faz resplandecía hermosa, bélica sobre un céfiro de fuego incontrolable que la incrustaba en ignota apariencia. La frágil iluminación de la luna le arrancaba hilados de plata de sus ojos achinados, híbridos de su pasión juvenil. Ellos insomnes, cándidos y acaramelados, fulguraban alborozados anegados voluptuosos entre su espejo niquelado.

El viento lamido, su caballero vagabundo, amante de la atmósfera y de Clara luz le cantaba serenatas, le acariciaba con sus manos el pelo rubio, sedoso y le besaba el rostro con suaves besos de terciopelo lacónico. En ocasiones sus repetidas caricias le laceraba con densa presión gélida su tez lozana y Clara luz se acurrucaba cimbreante entre brazos cruzados, de ahí surgían azuladas lagunas deplorables que la sumergían lánguida a su antigua quimera.

Ella como soledad inexorable transformaba su débil sonrisa en una muesca impotente, sus ojos anfíbracos viajaban como espejos sin fondos entre una pesadilla sin fina. La adolescente vivía angustiada sobre un espejismo cristalino en una carretera hirviendo al medio día de una hora inoportuna, incrustada en una primavera de margaritas en naturaleza muerta, sus pupilas enrojecidas bailaban en lechos de vacíos espectros trastocados. Sus movimientos eran lentos, parecía una estatua sobre un pedestal de piedra liquida, una efigie solitaria de la diosa Venus que observan ante sus retinas, griegos bordillos en alguna ruina retorcida por los tiempos.

Eran sus estertores fuego y oro, pasión loca vertida en un conjuro de encantos, una inquietísima lágrima de humo laceraba su hondo letargo y su desdicha, posaba en un despertar lánguido sobre una intangible pintura de ideas surrealistas.

De noche al reposar en la alcoba el sueño se le transformaba en pesadillas inquietas, voraces como volcán implosivo, su corazón era lava ardiente y su clítoris se dilataba al máximo. Sus sueños tejían alborozados bailes y fiestas nocturnas, recolección de amistades con influencias mundanales, de aquellos que fumaban, tomaban licor, hacían orgias y prevaricaciones libres, gente que se desvivían por volar entre pasiones prohibidas, cuyas se asfixiaban con flores de ceniza en una pradera sin luna y sin estrellas.

Una vez cansada de tantos silencios arranco de su cuerpo la severa castidad que la sostenía en su hogar, se olvidaría de las palabras y los gestos arbitrarios de sus padres, palabras que destilaban la rectitud, que la embargaban de ira, frustración y despecho, olvido queda aquellas licitudes de amor inculcadas desde su niñez y las separo a un lado para escoger un visaje fusco, nublado, apagado y desordenado. Clara luz se transformó en la sifrina moderna, su belleza de sol, hierba y flores cambiaron su lujo natural por escombros artificiales, se inmiscuyó intemperante entre un panorama de vanidades inconclusas, se fundió acoplada a fontanas turbias y estrellas ocultas de cansancios con destellos grises y rasgados.

Ella pálida de angustias amargas se embriago en cúmulos de placeres vagarosos, entre jardines de la pasión loca, de sentimientos fulminantes, de entregas, pérdida de la pureza virginal, puso su cara de frente al dolor con puertas de libido al frió del quebranto ignoto. Clara luz había cambiado su nombre, “Mariposa Nocturna”, y cambio su vida al lujo libertino de los deseos, poso de brazo en brazo chupando picafloresAcarigua.

Sin embargo ella misma había decidido cambiar su destino, fue apresurada detrás de las huellas de sus verdugos mancebos, y así quedo, hundida en el brebaje de su mala cabeza, se convirtió en la mujer de todos, deseada por lascivias de ojos que desnudan paredes.

“Mariposa Nocturna” en su nueva soledad, se sentaba aun a horas de la noche en la banca de la plaza, con el brillo de sus retinas siniestra de martirios, con lágrimas rojas de ira, extrañado y añorando su pasado como una daga al rojo vivo que traspasaba su corazón, se recordaba intensivamente de los papeles escritos de su puño y letra con lápiz de “crayola”, o escuchar la voz de su madre repicar. Clara ¡Anda a estudiar! Clara ¡No vallas para allá es por tu bien! Clara ¡Eso es malo! Clara esa gente consumen drogas, ¡cuídate de las malas bebidas! Clara los muchachos modernos lo que le gustan hacer es puro sexo, Clara No seas tan desobediente, en la miniteca y fiestas en este pueblo lo que conseguirás es salir embarazada, Clara luz te queremos mucho, ¡comprende por favor!

Y así quedaba absorta y lloraba arrepentida de su pecado e indecencia… ¡Dios mío que he hecho! Gimoteaba… Pero a pesar de todo el ser humano es débil y la carne siempre es propensa a buscar lo malo, actualizada era diferente, exhibía como diamante recién cortado su propia existencia, nadie le gobernaba sus ideales, en la piel esgrimía silenciosa recientes golpe de sus hermanos, moretones de la desidia en su delicada piel de reciente mujer, eso no le importaba, le habían desterrado del cálido hogar, le era indiferente, el mundo que sentía era fascinante, pero lloraba, había sido usada, engañada, roto sus sueños de vivir libre como el viento, tarde se dio cuenta que el mundo está lleno de aprovechadores, oportunistas, hipócritas, vividores y que sus amigos verdaderos eran su padre y madre. ¡Dios mío! Volvió a balbucir con las manos puestas en el rostro compungido y demacrado.

Año y medio después regresaba a su hogar súper arrepentida de sus tertulias y aventuras, traía acurrucada en su pecho mortecino y tembloroso aquella criatura enfermiza, era un niño recién nacido, una gota de luz surgida inocente sin culpas a su destino. Mariposa nocturna caminaba al paso lento de sus pies descalzos, heridos, sangrantes, huía abandonada del destino, de su concubino juvenil, un mozo bien parecido pero implacable, mujeriego como de todas las estirpes de su baja calaña, roquero, flojo, machista y drogómano, se recordaba lo que le decía su madre, “Amor con hambre no dura”.

Y así continuo avanzando onerosa la quinceañera, calle abajo, en silencio, las estrellas las contemplaba más lejanas que nunca. Quedaba de ella un guiñapo de mujer, vejada, hambrienta, flacuchenta y desgreñada; su belleza interna y externa lucia marchita, de su moribundo pensamiento brotaba gimiente algún pequeño valor personal y de ahí renacía su luz de roció y su salvación, ¡Mi casa! pensó, el hogar que le había permitido vivir en decoro y que ella abandono por ilusiones vagas, inciertas, oscuras, indebidas, frustrantes, nefandos.

Una estúpida experiencia le había marcado para siempre, la huella de vanos recuerdos profundos en la memoria, era como percibir millones de olas turbulentas de un tsunami desgarrar con lo más querido. Pálida, sobrecogida, temerosa de sus ansiedades y fracasos lloraba entera, sentía que se hundía letal en un inicio sin final y en un final sin inicios. ¡Madre Bendita! Susurro endeble, presentía su final…

Se allegó triste al portal de su antiguo hogar manchado con su afrenta, en el dintel de la puerta habían borrado su nombre y el lugar habían parrafeado con dolor, furia y desdén: VEN CUANDO PUEDAS, la menor de opulentas pasiones mancebas se tiño de esperanzas, su corazón sollozo ruidoso, su pequeña alma avergonzada rumio como un becerro herido, abrazo al niño y besando tiernamente su cabecita enrojecida por la fiebre le dijo: ¡hijo mío nos están esperando! y mascullando dejo rodar por sus mejillas gruesas lágrimas de dolor…El bebe no se movía… 

Observó el porche limpio, pulcro, pero inundado de una tristeza muda, vio la silla donde siempre se sentaba a mirar el firmamento, estaba intacta igual como la había dejado a su abandono, empolvada, con telarañas, hierbajos y enredaderas, levanto el rostro y revivió un éxtasis fusionado entre el pasado y el presente, con las mejillas que dibujaban un río de gruesos lagrimones contemplo enfática las estrellas reflejas en su cristal del cielo; el caballero vagabundo en su pasar se alegró de verla, le acaricio con su palpar frío y le canto serenatas de bienvenida. El niño lloro en sus brazos.

Se acercó a la puerta y de súbito una sombra oscura salto ligera a su persona, una silueta de furias se perfilo ligera, era una fiera de ojos inyectados en sangre. Impávida sintió el hocico del animal cerca de su rostro, el aliento caliente, el gruñido de dientes sordos. -Guardián- gimió. ¡Eres tu guardián! El perro la reconoció, le lamió el rostro y Clara con la nostalgia le palpo la cabeza, las orejas, el lomo. Los dos se consolaron con el encuentro de las emociones nuevas, con alegrías de recuerdos en pretérito, de universal felicidad.

La puerta del antiguo hogar de Clara luz se entreabrió sigilosa, dejando escapar en el piso un destello insonoro de luz de amarillo ámbar, detrás de la puerta gris se dejó ver una silueta desgastada por el tiempo y su voz temerosa se expresó débil en el tenso ambiente -¿Quién es?- En la fragilidad de la luz artificial se miraron los ojos sembrando semillas amargas, abrojos, desconcierto, algo dulce y lleno de amor abrió el camino de la esperanza. Largo decurso de siglo imaginario paso como anécdota de cuento conocido, mil fotogramas por segundo corrieron despavoridos en un vídeo de locos y otros locos, copia nueva de verso romancero muy plagiado que ahora emergía cual brillo metálico de flores recién paridas.

La alborada restringió las ansiedades congeladas, el placer del encuentro esperado se esparció disperso, ¡Clara luz! broto débil de la garganta extrañada. La madre incrédula del regreso de la hija prodiga, dejo brotar de las cavidades blondos cristales equipados de lágrimas buenas, dejando escurrir el interminable llanto seco que esponjo la lejanía de su hija amada, la que había parido con dolores, la noche se paralizo de súbito, labios entre abiertos, frases calladas, grandes ganas de abrazar, fluidos de párpado entornados de infinitos ópalos incandescentes.

En la vista de Clara se notaba la desesperación, latía sinceridad y deseos favorables de forjar nueva dinastía, quería sembrar y cosechar perdón, lograr la máxima comprensión, volar al viento como una semilla que retorna a la tierra para dar su fruto y retornar la tolerancia. En Aquel amanecer la vida retorno al hogar de una madre moribunda por el amor que mantenía por su hija, Madre e hija no soportaron más, un abrazo de cuatro seres se fundió al amanecer, uno de ellos era el perdón, el amor.

-Ocho años después Clara Luz se graduaba de Ingeniera en Sistemas, su chico de ocho años era un biscocho agradable, adorable y su madre la abuela más feliz del mundo.

Concejo: NO TOMES CAMINOS QUE NO DESEAN TUS PADRES PARA TI, TOMA EL QUE ELLOS DESEAN PARA TU BIEN…

Las Chicas de Yaguaraparo y de sus adyacencias en la actualidad un 95 % de ellas llegan tener hijos a la edad de los once a quince años. Por razones de seguridad y decencia he decidido cambiar el nombre real de la joven por el de Clara luz.



LA MUERTE DE BABOSO

La muerte de baboso fue algo hostil, un procedimiento policial insólito, una crónica horripilante que jamás será olvidada de los pensamientos de los habitantes de Yaguaraparo.

LA MUERTE DE BABOSO

Baboso era un niño triste, siempre andaba solo como ocultando sus sueños dulcificados, sus ojos eran dos pequeños soles oscuros, dos espejos inquietos donde centelleaban dos lucecitas que saltaban como ascuas en fuego crepitante.

Le nombramos baboso porque siempre emanaban de sus labios entreabiertos, un hilillo constante de saliva legamosa, esto ocurría por una extraña mal deformación desde su nacimiento en sus dientes superiores.

Baboso era solitario pero de su ego siempre surgía la capacidad de sonreír y eso le daba una peculiaridad de inocencia cándida, tierna y angelical, era dócil, apacible y tranquilo como las olas quietísimas del golfo triste, de su piel blanquecina como el ajo porro chino, siempre se desprendía un suave olor a limoncillo de la noche.

En las tardes cuando dictaba clase de pintura infantil en la Gran Casona (Casa de la Cultura de Yaguaraparo) Baboso se acercaba tímido y sus dos ojillos negros como alas de cuervo escudriñaban cada movimiento que mi cuerpo emulaba, sin embargo deducía que aquel niño de mirada se sueños puros y cristalinos como las aguas del Río Claro, me hablaban, me gritaban que querían ser huella, amasijo, masa y parte de aquellos otros niños que pintaban con acuarela los colores del cielo.

Y en esas tardes de fuego sol, inolvidables, de calor, polvo y risas de niños siempre estaba Baboso, su presencia fiel era como el repicar de las campanas domingueras de la Iglesia San Juan de Yaguaraparo.

Quizás con su tímida respuesta deducía inquieto sus ganas de pintar los colores del cielo, el reflejo de sus ilusiones y desvaríos en el espejo de un océano salobre, quería viajar incólume en una pequeña curiara Guarao en los Caños de Punta arena, para luego anclar sereno como las cidras Rojas en el Puerto pesquero de Yaguaraparo.

Un día de esos de sol se apareció de súbito, se acerco paulatino y sus primeras palabras fueron turbulentas como el viento de golfo triste, su delgado cuerpecito se estremecía de emoción, el rostro brillante como luna que alumbra en sus noches viajeras la majestuosidad lozana de la sabana de Venturini.

Con premuras se limpio con el dorso de la pequeña manito las mejillas humedecidas, como queriendo desaparecer aquella pena que surgía insonora de sus labios, Baboso balbuceo entrecortadas palabras con temor y encanto infantil, mientras la otra mano permanecía oculta detrás de sus espaldas, como queriendo ocultar su sorpresa.

-¡Quiero pintar! Dijo feliz como ningún otro niño…

Al decir estas frases entumecidas de ternura y anhelos mil mostró la mano oculta y en ella un pequeño pincel de su propia fabricación, un lápiz demasiado desgastado y una hoja de cuaderno que parecía como si hubiesen tenido cien años de existencia.

Y comenzó Baboso esbozar sus sueños, aprendió la armonía, la analogía y como pintar los colores del cielo, dibujo entumecido de inspiración cada mar por donde viajaron sus manitos curtidas de acuarelas, y voló hasta un arco iris donde robo cada color para luego esparcirlos sobre los pájaros de las tardes, las flores de la plaza Bolívar y Zaragoza, la pasarela o el chinchorro de hierro, el puente del Río Yaguaraparo, humedecido de ideas frescas pinto cada uno de sus compañero de clases a su manera de ver el mundo, con sus risas, juegos, emociones y ternuras primaverales.

Un día se terminaron las tarde de sol y los cantos de las Chiquillas, pitirres y azulejos en la Gran Casona, se culminaron las clases y se cerraron las puertas de una casa antigua de millones de recuerdos, se apagaron las luces del alba entumecida de tantos sueños detallados y con ellos quedo el fantasma de Baboso en las esquinas y en cada horcón desvencijado de la Gran casona.

Nos mudaron a otra Casa de Cultura y con esta aletargada y triste mudanza nos olvidamos de Baboso, desde el 1990 ya no supimos de sus sueños, timidez y manitas diestras pintando las olas, cidras del Golfo triste y los colores del cielo.

Pasaron los años y ello permitió el descenso de los recuerdos, los rostros fueron cambiando como costa golpeada por el mar, las risas se fueron apagando y con ella llegaron las melancolías y las buenas memorias. Sin embargo algunos recuerdos fluyen instantáneamente cuando la conciencia recuerda a una presencia interrumpida de súbito años atrás, el tiempo tácito se encarga de mantener esa vivencia inevitablemente en el cerebro, lo guarda por instantes, por años.

14 años después…

Era de noche, fungía una luz demasiado antigua de la luna y los grillos maximizaban sus chirriantes cantos en la densa semi oscuridad. Había olores distintos, mirto, canelilla, ron, drogas, cerveza y alambiques juntos, olor a sudores entremezclado, olor a borrachos y a viejos impertinentes, a mujeres de la calle, orine de perro y de caballos.

Estaba en el bar el Guasnil, sonaba una entristecida música de baile, había parejas bailando adosadas a la piel musical como zombis, ojos trastocados por varias veladas de locas borracheras, rojos como el infierno. Existían desvaríos y deseos onerosos, pasiones desbordadas, romances de licores, orgias y prevaricaciones descontroladas y malas juntas al mejor postor.

En ese lugar alejado del tiempo recibí la negra noticia. “Que mataron a Baboso” y en ese instante de premuras y vicios brotaron efervescentes los recuerdos como agujas diminutas rasgando el cerebro, cortando en pedazos la sangre, hiriendo el miedo, el horror a lo desconocido.

En ese instante famélico resplandecieron como flama azulada las memorias viejas y recordé aquel niño tímido, el que pinto el cielo con sus manos y esbozo aquellas palabras dulces en aquel día de sol triste, el recuerdo fluyo instantáneo y proyecto el ultimo día que lo vi, mi mente alborotada desarrollo una historia obscura, triste, no vi en ese momento al joven asesinado, si no al niño pintor…

La policía local lo había sacado a empellones del bar el Campito, causas ajenas de motivo, lo estrujaron y lo introdujeron brutalmente entre la patrulla, lo trasladaron al “Cobao” un sitio lejos de la población. Ahí lo golpearon salvajemente, lo vejaron, dicen que lo violaron, que le gritaban pistola en mano corre y sin piedad alguna lo acribillaron a mansalva, después de esta masacre lo condujeron al hospital y lo lanzaron sin vida como a un perro sobre el piso frío…

Cuentan los rumores y el rumrum de la gente que el pequeño Baboso se arrodillaba exigiendo una brizna de clemencia, ¡No me maten por favor! exclamaba con las retinas alborozadas de esperanzas, ¡hagan conmigo lo que quieran, pero no me maten!.

Quería cosechar oportunidades nuevas, se aferraba a la vida y a su aroma de libertad. Entre sus último sollozo, quizás entre su miedo se recordó de nosotros, viajo entre su agonía a la Casa antigua y pinto por última vez con sus manos dolidas y su suplica el perdón para sus asesinos y los colores del cielo. Su sangre se deslizo efervescente por nuestras venas bañando con dulcificado acento, alguna conclusión embargable del alma. En mi interior llore al niño plasmando mi desgracia y dije angustiado: Adiós mi niño lindo, que Dios perdone a tus depredadores y te de la paz del alma…

En el año 2005 hicieron una exhumación del cadáver para localizar pruebas balísticas, a los ejecutores del crimen les dieron sentencia de cárcel... Por primera vez en la historia criminalística de Yaguaraparo se hace justicia…
EL QUE LE VENDIÓ EL ALMA DEL HERMANO AL DIABLO

Barba negra era un hombre tan negro como un carbón de abedul, su corta estatura le hacía semejar a un enano, sus manos pequeñas eran como garfios, endurecidas, callosas, con las uñas sucias y deterioradas. 

Barba Negra siempre portaba un desvencijado sombrero negro, camisa tipo sobretodo de igual color, un insulso, hilachoso y desgastado pantalón de trabajo y unas botas viejas, desgastadas y curtidas por el tiempo.

Era un extraño personaje residente en el Caserío de Mata Chivo, vivía como alma que anda en pena, sus ojillos vidriosos eran inquietos y rojos como una brasa de asado, observaba a la gente con mirada de loco y usual siempre se acercaba repentino a los niños para asustarlos con su hostil presencia y después de su gracia, como poseído, saltaba hacia atrás embistiendo con su actuación un vacío imaginario. Su acto le causaba tanta auto gracia que después de un corto tiempo, embutido en su histrionismo, se reía de súbito a mandíbula batiente, era una carcajada cavernosa, parecida a un crujir de leña verde retorcida por el fuego.

Para las personas que le conocían, era inofensivo, indiferente, tierno y amable como un niño. Los lugareños contaban que el diablo lo había iniciado en su locura con intención de reclamar el convenio, Barba negra era un espíritu doblegado, un ser atormentado que paulatinamente iba perdiendo el derecho a su propia alma, según los comentarios y el correr de boca en boca de sus vecinos.

Los que más le temían en el reducido caserío eran las mujeres, le guardaban celosamente un pánico oscilante, con solo oír el nombre del negro se le irisaban los pelos y se quedaban mudas de asombro al escuchar la historia de aquel hombrecito, era extraña y macabra, decían que su hermano mayor conocido como "El Guareque" inducido por la avaricia al dinero le había vendido el alma de su hermano al diablo.

Y así pasaban los días en el penoso trajinar de Barba Negra, las ropas se le fueron cayendo a pedazos del cuerpo, las botas le duraron hasta que se le desbarataron, se le cayeron paulatinas a pedazos de los pies, se erosionaron de tanto uso y tubo que andar descalzo entre piedras, espinas y arbustos, la dureza de los callos que se le originaron en la palma de los pies, formaron un poderoso escudo de protección que evitaba el piquete de las espinas y los pedruscos del camino, era como una plancha de acero. 

Mucho dispuso de sus días trágicos, sumido en los atropellados pensamientos. En las madrugadas se levantaba macilento, trastocado, ido y con hedores del cuerpo, pues no se bañaba, caminando varias horas en círculos rotos y luego cuando el sol rayaba el alba se sentaba en el porche y bodega de Augusto, allí pasaba las horas hundido en su miserable existencia, en una inercia constante, vagando entre sus sueños oscuros, habitante de noches inciertas y así sumergido entre su esencia de ego paupérrima, contemplaba exorcizado las estrellas diurna inexistentes y oía el trinar de pájaros desnudos que le sonaban perolas de alguna manifestación difusa. 

Por el camino carretero esta la casa del difunto Augusto donde se la pasaba Barba Negra

El desvarío interno lo aguijoneaban como demonios que sujetaban sus cuatro tiempos, lo amarraban a un delirio firme y constante, era una fuerza satánica que hundía sin piedad sus garras incinerables en su cabeza, atormentando a cada segundo su pensar borroso, convertido en una pesadilla desaforada.

De noche surgía desde su rancho innumerables quejidos que el viento deshacía entre la débil espesura campestre, gritos extraños, voces milenarias, incesantes, palabra de oquedad tétrica, susurro incompleto, chasquido de vasija cuando es arrojada contra el piso, sonido de canto indefinible e incongruente, sonoridad de batir de alas gigantes, Llantos y pasiones salvajes indescriptibles.

Los pobladores del caserío de la Horquetica, no se atrevían aventurarse en los dominios del negociado, contaban que la persona que se acercaba al extraño lugar no retornaría, sería llevado al más allá por el demonio, el amo y guardián de barba negra.

Cierta noche dos viajeros que venían desde los Marines para Yaguaraparo, llegando a la Horqueta de Mata Chivo se le hizo tarde y con el rápido vaivén de las horas se los engulló la noche.

Caminando en la oscuridad nocturna vieron cruzar antes sus ojos aquella pequeña sombra, era como el viento y sus oquedades frías, estaba allí y no estaba en ningún lugar, se constituía en una penumbra helada o candente, negra o brillante, compacta o pútrida, una visión que entumecía los huesos y los recuerdos más profundos.

La Casa de Barba Negra, ubicada exactamente donde se localiza el árbol alto en el fondo del paisaje

Los viajeros, un hombre y su pequeña hermana apuraron el paso con temores varios, ella gemía y se acurrucaba entre sus brazos, el dispuesto a todo proseguía el camino sin distar palabras, oscuros sus ojos y brillantes como bronce pulimentado, listo para contrarrestar el acoso y al acecho como cascabel acorralada, en sus manos apretaba con furias tensas el machete y lo blandía con amenaza.

Al proseguir el camino la pequeña sombra o barba negra quedo atrás, mientras ellos caminaban se escucharon gritos férricos, lamentos enloquecidos como faja de manada de perros rabioso fusionados, después de cierto instante, solamente se escuchó el proferir de Barba negra llamar a su amo repetidas veces, una y otra vez como un canto pérfido, extraviado como un eco maldito entre el follaje de las montañas silenciosas.

Un día se dejaron de escuchar los sucesos inusuales de Barba negra, las noches frías tejían un silencio misterioso, sumido en la más tétrica soledad de aquel rancho desvencijado. Barba Negra dejo de disparar a locas su griterío diario, se extinguió desde aquella madrugada silenciosa la intranquilidad demoníaca, los gritos de terror, las pasiones desbocadas, los lamentos en cadena y sus gritos llamando al Sr. De las tinieblas.

En varias semanas que pasaron tristes lo extrañaron en el caserío, la gente estaba acostumbrada a sus peculiaridades y locuras y se preguntan con inconsolables interrogantes: ¿Dónde está el Loco de Barba Negra? 

Pasaron los meses y un grupo apiñado de vecinos curiosos se aventuraron hasta el rancho para investigar su paradero, jamás localizaron el pequeño cuerpo de Barba Negra. No dejaron de surgir comentarios que el diablo se lo había llevado, cobrando con esta desaparición el convenio efectuado con el hermano mayor de Barba Negra. Si alguna vez llegas a viajar por Yaguaraparo no se te ocurra aventurarte en las noches de lunas llenas u oscuras en el Caserío de Mata Chivo, te puede aparecer Barba Negra y entonces sí que la pasaras de susto.

A la parte derecha, bajando una ladera, esta la casa de Barba negra, hoy residencia de sus familiares