23/11/14

EL DÍA QUE LLOVIÓ EN DARKAPALO


En Darkapalo nunca llovía, siempre hacía un sol inhóspito que le arrancada de cuajo la piel de la espalda, a quien osase quitarse la camisa a pleno mediodía. 

En Darkapalo todo asimilaba un peladero de chivos, las casas permanecían tostadas como si estuviesen apostadas entre un gran horno de microondas, los techos de caratas se esquebrajaban amordazados por el fragor infernal y los pocos árboles de espinos estaban torcidos y resecos, semejaban a fantasmas encorvados besando el árido suelo, como si fueran mártires de un dolor inquebrantable. 

Me trasladaba desde Guanta a Darkapalo en un taxi de mala muerte, todo destartalado, desconchado, maloliente a gasolina, los asientos parecían un nido de ratas salvajes, el automóvil de los años 50 amenazaba con desmantelarse en cualquier momento, sus cauchos semejaban a cuatro tomates y el humo que soltaba se confundía con la polvareda amarillezca de la carretera desnuda. Algunos habitantes, residentes en el trayecto de la vía parecían conocer al chofer porque en su pasar le gritaban. 

¡Mata plaga! (Por la humareda que despedía por el tubo de escape)

¡Píntalo con brocha! (por lo descalandrajo de la pintura) 

¡Mata hormiga! ¡A como vende el kilo de tomates! (por lo cauchos) 

¡Ahí va el helicóptero terrestre! (por el fragor de la bulla del motor y de los hierros retorcidos) 

El pobre chofer acostumbrado al recio chalequeo ni miraba a los lados, a veces le arrojaban pedruscos y el sacando la mano por la ventanilla, blandía el brazo con el puño cerrado en señal de golpearlos, le mostraba el dedo medio y escupiendo con fuerza les mentaba la madre. Los agresores se orinaban de la risa, era todo un circo viajar con el único chofer que trabajaba cargando pasajeros en la vía de acceso a Darkapalo. 

Por la vía polvorienta recordé a mi dulce amada, una chica dulce, nativa de Darkapalo, de contextura semi delgada, cintura de guitarra, senos redondos como toronjas maduras, de boquita dulce, sensual y provocativa, de unos ojazos color negro azulado, eran grandes, adorables e incitaban a soñar, arriba de sus lindos ojos, resguardaba unas cejas bien arqueadas y brillantes como hilos de seda, de nariguilla respingona, rostro de líneas bellas, gráciles y un pelo rubio que me enloquecía cuando la brisa le acariciaba. Su juventud exquisita resultaba ser sencilla, era tierna, sensible y apasionada, pintaba marinas, escribía algunas letras, amante de los niños y estaba recién graduada como maestra de primaria. 

Era mi última cita en Darkapalo para con ella, la venia a pedir de manos y de paso traérmela a mi casa donde haríamos nuestro hogar pre planificado, ella quería tener dos niños, una niña que se pareciera a ella y un niño que fuera igualito a mí, concordábamos en todo y nuestra compatibilidad era única. Mi novia dulcificada era irresistible y hermosa que me envidiaba consigo mismo, toda una diosa de huesos frágiles con un envoltorio de carne sabrosa, su rica apariencia se adentraba en las neuronas e impulsaba caminar la sangre en mis venas como hormigas voraces y turbulentas, me roían la carne y me hacían cosquillas por donde quiera. 

Por el camino nos paramos y compré cuatro cajas de cervezas frías para darme un hartazgo de felicidad, eran cervezas del tipo que denominan desechables, para mi gusto localicé casualmente las que me gustaban, marca Zulia, esas que tienen un círculo amarillo como logo y en un centro un águila azul. 

El chofer al ver mi acto sonrió y aplaudió, parecía que no se había tomado una sola en su vida. Le dije que era para tomar carburo y levantar el brío, la labor a efectuar en Darkapalo no era nada fácil y me sentía un poco cobardón, a lo que me dijo socarrón: Eso pasa amigo, pero esa mujercita esta como Dios quiere, lo felicito, suéneme una para brindar por usted y soltó una carcajada que escondía detrás de su presunción cierta picardía, me zurró tremenda palmada en la espalda que casi me avienta los pulmones con el corazón, sonó un trallazo de los mil diablos y la cosa me quedo ardiendo que le mascullé con cierta molestia: ¡carajo vale! con ese y otro llego a la tumba. ¡Ni tanto así hombre, no sea flojo! espeto guiñándome un ojo el muy abusivo. 

Cuando por fin logramos llegar a Darkapalo en aquella tetera con ruedas, ya estaba chispeado, aquellas cervezas se me habían subido al cerebro y veía todo bonito. ¿Sabe donde me va a dejar señor? le susurré todo “vuelto leña”. Se volvió a reír y me contestó: ¡Yo sé todo de aquí jefecito, no se preocupe, lo dejaré casi en la puerta de su diosa bella! ¡Ok! le respondí entusiasmado y alegre terminando de escanciar otra de aquellas botellas espumeantes, amargas y como un caldo hirviendo debido a su recalentamiento, obvio, como estaba volando en el Olimpo medio embriagado, las consumía con delicia degustable. 

Al aparcar la vieja carroza de fieros oxidados, le pagué la mitad del dinero propuesto para el doble viaje y le dije que me esperara, solamente iría a pedir la mano de mi querida y me la iba a traer en menos de lo que canta un gallo, el compromiso estaba consumado y celebrado hacía meses atrás. Luego de realizar la petición y cumpliendo con aquella costumbre del pueblo, se avecinaba lo mejor, de pensarlo se me engrifaron los pelos de los testículos. 

Salí del viejo cascaron de hierro bailando al estilo de Michael jackson y sin darme cuenta tropecé con una raíz seca y casi me voy al traste de bruces sobre la carretera caliente, mente la madre y di varios trancazos hasta que logre ajustar un poco el equilibrio, ligero miré de lado a lado buscando con cierta vergüenza por si las moscas algún pueblerino me estuviera mirando, pero solamente al ver el chofer que se reía a costa de mis costillas fue un alivio, le hice una ademán hastiado con las manos y continué mi camino hacia la felicidad. Recordé emocionado a mi noviecita querida y suspirando profundamente susurre entre dientes. ¡Te amo "carajita", no te imaginas cuanto! aquel amor me ahogaba, me estaba matando. 

Le señale otra vez al chofer que me esperará, el chofer asintió y se arremolinó un poco para dormitar aquella borrachera incipiente mientras durara aquella ceremonia familiar. Antes de sentir que perdería mi situación de soltería, contemplé extasiado la lejanía del campo sabanero, seco y árido y se escurrió en mi interior una nostalgia indefinida. Vivir aquí hay que tener las bolas bien puestas, pensé y me adentré en el callejón las flores, al final localizaría el hogar que tanto deseaba ver en ese día para la consumación del festejo familiar. 

Al acercarme escuché llantos, ayees y sollozos ¿Qué estará pasando? me pregunté asombrado y presentí algo extraño, un vuelco muy fuerte en el corazón estremeció los sentidos. Apresuré mis pasos y cuando estaba frente de aquella casa humilde vi a muchos vecinos rodeando sus adyacentes, otro golpe irresistible se vertió como un trueno entre el corazón que hizo vibrar hasta mis vertebras. 

Me acerqué ligero y tomando a un sujeto por el brazo que estaba en la muchedumbre le pregunté ¿Qué pasa?, me miró con unos ojos lánguidos, llenos de gruesos lagrimones, luego miró hacia el interior de la casa como intentando decir algo, lerdo se incrustó en un mutismo y bajando la cabeza quedo en silencio, entonces oí alaridos y un llanto que me desgarró el cerebro, me empequeñeció el corazón e hizo que mis piernas temblaran aprisa. ¿Dios de mi vida que está pasando? Vociferé como premeditando una condena a la más oscura tragedia. 

Como todos me miraban con lástima y nada me decían, decidí entrar a los aposentos de mi amada, cuando atravesé pesadamente aquella puerta, desfalleciendo en incontrolable incertidumbre, observé a sus hermanos, madre, padre y familiares llorar desconsolados, cuando sintieron mi presencia callaron, se hizo un silencio de muerte, un silencio que me heló la sangre, nubló perspicaz, entre una doble capa de denso humo a la ancha sala de aquella melancólica casa gris. 

Y al mirar al fondo, allí estaba, tendida sobre sabanas blancas, rodeada de rosas blancas, con un vestido blanquecino que parecía un ángel durmiente, tenía un sutil maquillaje que intentaba ocultar lo mustio de su hermoso rostro, su cabellera lucia yerta, ni el viento solía tocarla por respeto a su humanidad dormida. 

Cuando la vi tendida, yerta, sin vida, comprendí que el mundo se me venía encima, el andar hacia donde estaba su débil y delicado cuerpo de ninfa fallecida, en vez de caminar, los pies arrastraba, no podía creer aquella visión que tétricamente me mostraba el destino, justamente el día de mi llegada. Hundí mis manos en el bolsillo de la chaqueta negra y sacando el anillo de compromiso lo tire por la ventana y colocando mis manos en mi rostro solté algunas lágrimas. 

Cuando pude llegar donde estaba mi dulce amada, aquel retoño que en vida bese con ansias adoradas, con locuras extremas, con frenesí desbordado, al verla con los ojos dormidos caí de rodillas con gran estrépito, sin importar si se partían las rotulas al caer sobre el piso de concreto. Durante largo rato y con los ojos como dos carbones encendidos, la contemplé absorto, trastocado, inútil ante un sentimiento que nacía emergente de mi pecho herido, ¡Dios mío! exclamé como si una flecha envenenada se hubiese clavado en mi carne temblorosa. 

Agonizando tomé varias flores en las manos y las apreté con tanta fuerza, que las espinas de las rosas entrando entre la piel de la palma de mis manos, se tornaron rojas por la sangre que bullía enloquecida de mis venas en rojo furia, luego temblando como gelatina, me abalancé sobre su cuerpo que tanto amaba, desesperado le bese los labios mudos, la frente fría, el cuello aun aterciopelado y con el aroma de su perfume que tanto añoraba, sus lindos ojos cerrados parecían adornados con una lágrima viva, como un orate acaricie su rubia cabellera tiñéndola de rojo carmesí con las fibras de mi sangre tibia, fluyendo de mis manos condenadas… 

¡Dios mío no! grité enardecido y volví abrazarla con tantas fuerzas que hice crujir sus huesos sin vida, su carne inerte, sin calor, sin los pulsos que sentía cuando la tenía entre mis brazos llena de vida, ¡háblame! ¡Dime que es mentira! vociferé lleno de un dolor indescriptible que me abrazada como una candela viva, me ahogaba, apretaba el corazón con una prensa agresiva, me cegaba, ya no me importaba existir. ¡Te amo mi flaquita linda! ¡Te amo de verdad! ¡Te necesito como necesito a la vida! ¡Háblame, despierta, no quiero que me dejes, tu eres mi vida, sin ti no se qué haría! 

Por instantes vi que se movía a causa de mi dolor y paranoico la moví y posando mis labios en su boca intenté darle aliento para qué resucitara, aquellos intentos fueron tan fallidos como mis ganas de verla nuevamente con vida. 

Desconsolado y sin hallar el consuelo deseado, abrí mi boca y cerrando los párpado con fuerzas, Lloré, lloré como llora un niño desamparado, lloré en Darkapalo, lloré sin consuelo porque desde ese día estaba muerto como mi amada. 

Ese día de dolor trono fuerte y llovió por primera vez en Darkapalo. 
El viento realizo algunas cabriolas y dibujo en el cielo un corazón que decía adiós con su partida. 
¡Ay que dolor! Y fueron más mis lágrimas que el aguacero de aquel funesto día.

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