23/11/14

EL RECUERDO DE JUAN VICENTE GÓMEZ


Los personajes del cuento usan el lenguaje coloquial de la época

(1970)
Eran apenas las seis de la tarde, lluvia torrencial, el cielo permanecía forrado con un velo gris aculebrado.

En el pequeño pueblo de Gancho Seco, se anegaban las calles con las lágrimas del cielo, mutando el polvo en un légamo amarillezco.

Aquella tarde de tez de pizarra color plomo, guarecía Julián bajo un frondoso Samán, árbol que la fuerte brisa parecía quebrarlo en dos y hacia besar el suelo con sus ramas. Julián hurgaba con los pies el légamo amarillo y esperaba impaciente, sus rasgos jóvenes denotaban el sufrir más profundo, pálido y tembloroso se acariciaba el lampiño mentón y otras veces se acurrucaba entre sus propios brazos, como queriendo espantar el maldito frío que lo torturaba.

¡Hey compadre Servelión que hace hay parao! buscando que le dé calentura, pase pa la casa hombre, ¡no esté ay de majadero!

¡Tranquilo compaicito! es que estoy esperando aquí una cuestioncita, de esas que se nos meten hasta el tuétano de los huesos, yo no me meto en su casa ni amarrao, venga viento, salga sapo o salga rana o venga lo que sea.

Mire compadre, mire que enenantico se murió Venancio entiesao por tá haciendo malos desarreglos, déjese de esas tonterías que ya uste es mayorcito. ¡Venga! pase paca, no joda tanto, aquí le tengo un cafecito con leche bien calientito y sabroso.

No se apure ¡que caracha! cierre su puerta y su ventana, yo voy horita pa’ ya, uté sabe, déjeme solo y con Dio.

¡Virgen Purísima!

Arcadio cierra la puerta. Julián se queda ensimismado, inmóvil, recostado del tronco del frondoso samán, recordando las palabras de sus congéneres.

Mire compaicito venga pa mi casa, allí le puede partir un rayo la cabeza, salgase de ahí.

No sea tonto mi compay, yo estoy aquí esperando una cuestioncita, no es pa tanto.

Inclinó el rostro y fue resbalando paulatino sobre la corteza áspera del samán hasta caer sentado en el barro. En esa posición y enterrando el trasero en la tierra mojada hundió el rostro escondiéndole entre las piernas, no sintió escalofríos, el latigazo del frío, ni la garra del hambre hurgar en sus entrañas, traspasándole el estómago hasta el espinazo.

Unas lágrimas díscolas rodaron amargas por sus mejillas, cuales se confundieron turbias con el aguacero. Sus delgados y ágiles dedos aprisionaron la carne y las uñas, desgarrando piel hasta hacerse sangre.
Levantó el rostro enloquecido y un grito infrahumano surgió de su garganta, como si fuese un demonio encadenado y torturado, la sonoridad de su laringe que casi se parte en pedazos, fue apagada por el fragor incesante de la lluvia y del fulgor de los truenos y rayos lejanos. Luego soltó otro alarido, otro y otro más hasta quedar callado, en silencio, su mirada lejana, dulce y noble se transformó en diabólica y demente, un cúmulo de celos se abatió sobre Julián, el hombre de los ojos azules se apoderaba criminal de los pensamientos alborotados del poseído, su mente se apoderó de la ira rompiendo la barrera de su sueño amado y de la fe que había depositado en su querida, era su ciencia misma, el amor que mas deseaba, la mujer que incendiaba sus noches más lucidas y vestía su alcoba con las pasiones más sentidas, era ella que le embargaba el corazón de cosas redimidas, no podía olvidarla ni en un instante de su vida, fallecería sin sus detalles féminos, su dulce boca sonrosada, el palpitar caliente de sus latidos desenfrenados, su aliento como el fuego, su cabellera de noche y sus palabras de acento colombiano, su cuerpo de diosa que lo estremecía de pasión incontrolable, sus piernas de seda que le hacían llegar más arriba de lo intocable, la salvaje ansiedad que lo asfixiaba cada vez que la abrazaba, todos estos recuerdos indelebles de la hermosura sin par de su hembra adorada e insaciable amada, se mantenían en su mente, como un reflejo bruñido de un espejo niquelado.

Y llegó la noche sibilante como serpiente que ataca silenciosa, su oscuro veneno pintó de negro el panorama, mientras el firmamento develaba una luna golpeada por los densos nubarrones.

Se acercó de súbito la quietud, se disipó la tormenta y con la despedida de la borrasca, reingresó la larga cabellera lechosa y transparente de la luna; escampo de súbito y los gallos volvieron a elevar sus cantos afinados, pero Julián permanecía en el mismo lugar, esperaba impaciente, entre sus lágrimas entumecidas casi congeladas y sus manos aferradas a la carne destrozada.

Se encendieron los mechones y como espadas de luz ámbar se tendieron en los porches y en las calzadas. Un minúsculo rayito de luz nocturna le acarició el rostro degradado por las penurias, entristecido sonrió, su helada sonrisa brotó mustia de sus labios morados e inexpresivos, se arregló el sombrero, luego se levantó paulatino, ominoso se estremeció al sentir el frío, se terció el mapire donde siempre guardaba aquel viejo revolver, un recuerdo o herencia que le había otorgado el tío Eswits, y a su tío se lo había regalado Juan Vicente Gómez, cuando trabajaba como Comisario General en Yaguaraparo. 

Un 28 de diciembre, dos días antes de fallecer el tío Eswits se lo había regalado con unas palabras: hijo, yo me voy a morí, pero espero que conserves esto que te estoy regalando, es como si te lo estuviese donando el mismito Juan Vicente Gómez.

En la parsimonia del anochecer callejero y recordando las frases de su tío Eswits, extrajo el viejo revolver del mapire, lo desenvolvió de un paño enmugrecido, lo besó ceremonioso, se persigno con la mirilla de la boca oscura del cañón, lo amartillo repetidas veces y le sacó brillo con los dedos, sorprendido por el acto improvisado que ejecutaba, miró a los lados como si temiera que alguien lo estuviera mirando y ocultó el arma con ligereza.

Comenzó a caminar arrastrando los pies, sin importarle el lodo y los excrementos de los animales domésticos. Una manada de perros corre-calles comenzaron a ladrar y a gruñir.

El camino distante, intrigante entre misterios supersticiosos y recuerdos locos como gusanera en el estómago, lo devoró, su figura borrosa se fugó entre los densos cañaverales, rumbo a su rancho que se ubicaba en las adyacencias de las haciendas de su patrón.

Julián tenía tres meses residenciado en “Yaguaraparo” las razones eran oscuras, había asesinado a un delincuente en la ciudad de Caracas y era un fugitivo de la ley, con el se había traído a Flor García, una hembra sensualmente explosiva, procedente de la Frontera Colombiana.

Julián mientras caminaba atrapado por el hombre de los ojos azules (celos), recordaba profundamente y con ira las palabras de su hermano Francisco:

Como soy tu hermano y salimos de la misma cepa, te voy a soltar el cuento, yo no sé si en verdad son ciertos los rumores, pero cuando el río truena es porque piedras trae y es que hace una semana ese chisme esta regao poalli, por todas parte mi hermanito de sangre, por todas partes.

Caminando penosamente y con pensamientos mil, sucumbía ante una diabólica paranoia sudando a chorros fríos.

En la distancia se escuchaba el ladrar de los perros corre calles, el canto del aguaita camino y del Chaure (Búho) presagiando el final impuro de un desenlace infiel. 

Pasado la media noche retumbaron cinco disparos cerca de las hacienda del patrón de Julian, fueron como truenos en serie, retumbando una y otra vez se acomodaron espeluznantes en los pensamientos de los lugareños y en el eco de las montañas salvajes. Un sexto disparo alertó la curiosidad de los pobladores, un silencio de muerte repentina con olor y sabor a acre, sangre y pólvora se extendieron con horror silente en el caserío…

El fin fín trinó lúgubre, dejando oír su augurio funesto y en las altas cúspides de los árboles humedecidos, la Piscua también pronosticó los rasgos inconfundibles de la muerte…

Julián había inventado un viaje esa tarde diciéndole a su mujer.

A Gueno Florecita de mi corazón, yo voy pale mi hermanito José morales, voy a pasa dos día poallá en su casa, voy vé si él me arreglo lo de la otra ve, así que me preparas alguna ropita que me voy en la tarde dioi.

Al llegar a su rancho sigiloso, silencioso y precavido se allegó sin hacer ruidos hasta la habitación, se acerco a la puerta y quedó sorprendido, su corazón casi lo traiciona con un corto circuito y llorando en silencio escuchó los chupones encendidos, el rasgar suave y cálido del pene hundiéndose y saliendo de la robusta vagina, percibió el aroma dulzón y desbocado de su hembra enredarse con el del caballero alborozado, le hicieron daño irreparable los resuellos entrecortados e incluso sintiendo morir se imaginó las caricias intensas del varón, palpando lo que el mas amaba en su existencia frustrada. Entonces y de súbito de una patada tumbó aquella puerta de panelas de cedro que crujió con duelo, el estrepito fue grande y allí los encontró enlazados vestidos con el traje de Adán, embriagados de pasión frenética, la infiel gozaba con su nuevo macho hundida miserablemente en su pecado adultero y su patrón disfrutaba de aquellas carnes tersas, bellas, ardientes y codiciables.

la furia de Julian impulsó el ultimo vomitó de fuego del viejo artilugio, un disparo certero en la cabeza de su amada querida y tres para el profano y saqueador de hembras, luego lleno de odio y furioso pateó repetidas veces el cadáver de su patrón, lo volvió añicos y mirando por última vez el cuerpo de la Colombiana, lloró casi media hora como un niño desconsolado, sintiéndose sucio y sin Dios, no sufriría nunca jamás del despecho, el chaqueteo comunal y vivir a las sombras de la ignominia de su mujer, el último disparo lo alojo en su bóveda craneal, lo enterró abrasivo en su masa cefálica, cuando cayó al piso de tierra apisonada, ya estaba muerto.

Un grito de espanto y desconcierto oscilante barrió esa madrugada a las calles del pueblo, era un día triste de domingo de semana Santa.

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