EL PERRO ALEXANDRE
Para los amantes del mejor amigo del hombre
Cuando decidí subir la cordillera del Caldero de las sombras a cazar, nunca me imaginé que aquello tornaría mi existir en una condena, sin embargo, aquella madrugada me alisté para encaminarme a la grandiosa aventura, me calcé las botas de caña alta y me vestí con ropa de campaña camuflada, el sombrero pelo de guama, el morral militar en mis espaldas, una Pantera bien empeinada con repuesto en el cincho, acompañada de un frondoso cuchillo de campo tipo Rambo.
Me acerqué a mi PC aun encendida y cerrando el Facebook, la apagué, no sin antes escanciar el último sorbo de vino Cherry que quedaba descansando entre un vaso macabro, fabricado con huesos de la calavera de mi perro Alexandre, a su muerte lo había mandado a elaborar para tener la pieza como un hermoso recuerdo. Así siempre me estaría bebiendo las vibraciones del quien fue un amigo inseparable.
Cuando iba a dar el primer paso para salir de mi cubilo, escuché sonar el tono brillante del Black Berry y sin pensarlo dos veces me encaminé donde escuchaba los ladridos de mi perro Alexandre, había grabado sus ladridos en vida y lo había subido como tono a mi ciruela negra curva 9360. Aquel sonido me envolvía y me hacia feliz, el escuchar a mi perro ladrar cuando el artilugio sonaba se me salían las lágrimas.
Me dirigí triste a la puerta principal luego de haber terminado cierta conversación acalorada con mi novia, a la cual había conocido en el facebook, reyertas constantes debido a sus intensos celos con las chicas que me contactaban en el portal. Antes de la puerta ancha y alta, se encontraba un largo pasillito con una extensa exposición de fotos de Alexandre y al final de este nostálgico museo perruno, colgaba una brillante cortina de móviles hechos con las costillas y huesos de mi perro, su sonido al chocar me recordaban cuando caminaba entre la casa, me traía recuerdos inolvidable.
Llegando a la puerta, allí se localizaba Alexandre, siempre en patas paradas, moviendo el rabo, mirando sin pestañear con la lengua a medio salir y moviendo la cabeza como siempre lo hacía, me acercaba donde estaba, le acariciaba el cuello, lo abrazaba con ternura, le besaba y le decía, lindo mi “perroto”, te quiero mucho, cuando regrese te cepillaré y te aromaré para que huelas a primavera.
Al cerrar la puerta dejaba mi alma con Alexandre, en vida me acompañaba a todas partes y ahora solo la sombra de sus recuerdos me seguía por doquier. Al marchar comprendía enterrado en mi dolor que Alexandre no sentiría hambre, estaba disecado, su piel estaba forrando a un sistema cibernético con sensores, sistema de sonido envolvente 7.1, videocámara, tuercas y cables que le daban vida. ¡Pobre Alexandre! cuando fue atropellado quise enterrarlo, pero no pude, las ganas de tenerlo conmigo fueron angustiosas y tormentosas, Alexandre había sido mi amigo inseparable durante 20 largos años.
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